Me llaman.
Es mi turno.
Hace tiempo que dejé de remar en las galeras.
No volví a agacharme
a recoger algodón.
Nunca más acarreé fardos de paja
ni espuertas de granito
y,
sin embargo,
detrás de la puerta espera,
otra vez,
el fisioterapeuta.
Me llaman.
Es mi turno.
Hace tiempo que dejé de remar en las galeras.
No volví a agacharme
a recoger algodón.
Nunca más acarreé fardos de paja
ni espuertas de granito
y,
sin embargo,
detrás de la puerta espera,
otra vez,
el fisioterapeuta.